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2020, 22 de mayo
















Vivaldi


Me enjabono la cabeza de cuclillas en la ducha mientras intento calmar el dolor de pelo que me da llevar gorra. Trabajar en restauración cara al público debería ser de enseñanza obligatoria. Es como si de pronto pudiera entender lo que siente toda esa gente a la que antes leía como autómata. Ahora observo su dominio del espacio por el establecimiento y comienzo a saber algo más de cómo son cuando están fuera.

Después de dos meses de aislamiento, retomo mi trabajo en una nueva colonización de la franquicia estadounidense de comida rápida por excelencia. La COVID-19 me ha recolocado de forma temporal en uno con servicio de recogida en coche. Mientras chispeaba y el viento de Dublín me balanceaba, vestido de amarillo neón, entre conos naranjas, hago bifurcar la trayectoria de Volvos y Audis para que, tras unos 50 minutos de espera y una larga sequía acumulada de grasas saturadas, estos puedan pedir al fin su dosis de Big Mac. Con la mascarilla desechable incorporada, que acabo quitándome para conseguir hacerme entender cada vez que alguno de los conductores baja la ventanilla y me hace la coña para que les dirija a la cola más rápida, sonrío a los niños y niñas de la parte trasera como si ahora mis acciones ya formaran parte del branding de la gran m amarilla. Bastante tienen con que sus progenitores les lleven con 3 años a comer semejante m*****.

Rehuyo de creer en las señales pero a veces apetece hacerlo. El nuevo paseo al trabajo resulta ser una ruta de senderismo de 7 kilómetros con viento huracanado. Al inicio, me sorprendo al reconocer una tipografía que utilicé por casualidad hace muy poco al lado del hostal donde me hospedé nada más llegar a esta ciudad. Siento como si me guiñase un ojo, nos reconocemos mutuamente y sigo caminando. Una vez allí, ya controlando la bifurcación de la que hablaba, enfoco la vista a unos metros y me la cruzo de nuevo: «Tijeras locas». Quizá encontrarse aquí con Vivaldi suponga el mismo éxito inesperado que toparse con Cooper Black en un letrero aleatorio de barrio pero hoy me ha hecho sentir mejor y un poco más aliviado.































Esta tipografía de intrincadas iniciales en pluma es Vivaldi, creada en 1966 por Fred Peter. Un diseñador, tipógrafo, pintor y demás variedades nacido 1933 en Alemania. Estudió en Berlín Oeste y acabó mano a mano con su mujer dando clases en la Escuela de Arte de Vancouver en 1958. A continuación algunos de sus trabajos.










Mientras que a mí me dio por plasmar mi estado de ánimo durante la pandemia «Regular en General», Virgil Abloh, quien lo mismo diseña un bolso para Louis Vuitton, lanza una alfombra para IKEA o pincha en Circo Loco, tuvo a bien utilizar a nuestra protagonista para una de sus camisetas de moda urbana de alta costura.




Más Vivaldi algo deteriorada en el Hotel St. George al comienzo de O’Connell Street.



Conservador uso para una serie de banderolas en la ciudad medieval de Galway, Capital Europea de la Cultura 2020 que tuvo que redefinir su programa debido a la pandemia.



Frame de la película española Yuli dirigida por Icíar Bollaín en 2018. Pequeño descriptivo junto a la puerta del despacho de la directora de la escuela.

Identidad para la obra de teatro Todas las Flores creada por la agencia independiente Codea.




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